UN HOMBRE LLEGA CUANDO OTRO SE VA

 miércoles 18 de julio de 2012

 

Entorno a Ariadna, uno primero, el otro después, a izquierda y a derecha, se yerguen dos hombres, Teseo y Dioniso, mejor dicho, un hombre y un dios. El mito pone a Ariadna en el centro, como espejo, y refleja en su figura dos masculinidades, presentándolas como antagónicas (en relación a ella, en relación a su feminidad y, por extensión, a la feminidad, y en relación al amor). Pese a que las historias mitológicas de Teseo y de Dioniso son azarosas e interminables, dan cuenta de vida más allá de Ariadna, ciñéndolas a la relación que mantienen con ella, y más concretamente al marco de Naxos, del que uno huye y al que el otro llega, parece que el mito quiere proponernos dos arquetipos de masculinidad.

 

Teseo, el héroe y, como todos los héroes, representante en la tierra del orden apolíneo. Dioniso, un dios que, como tal, se representa a sí mismo, el orden dionisíaco (digo orden, no desorden, porque se trata de un orden, aunque sea otro orden). Teseo, también como todos los héroes, esforzado en acumular virtud para arañar algo de divinidad. Dioniso, aun siendo dios, inspirado también por la naturaleza mortal de su madre, la cual no es una tara, precisamente, sino otro motivo, su participación de la humanidad, de completud. La conciencia formal la defiende Teseo y de la manifestación del inconsciente a través de la disolución de la forma, se encarga Dioniso.

 

Dos masculinidades tan opuestas aman de forma distinta, y así el mito de Ariadna, que

nos la muestra a ella como una imagen de feminidad completa, por su doble capacidad de ensimismarse y de entregarse a lo masculino, parece proponernos también una tipología de pareja, dos formas de amor. O más precisamente: ofrece la imagen de Dioniso como definición del amor a lo femenino y, por contraposición, Teseo queda descrito como su negación. El héroe y el amante.

 

Nada más decir esto, se desencadenan muchas preguntas que esconden dos resistencias:

 

– ¿cómo proponer a Dioniso como amante de las mujeres si en nuestro imaginario, medio arrinconado, él ha perdurado sólo como dios de la locura y del desmadre (por cierto, ¿no era el des-madre lo que buscaba Ariadna saliendo de Creta?), como personificación del mal o, en el mejor de los casos, como un dios ridículamente borracho, caricatura de sí mismo? ¿Qué mujer mínimamente sensata elegiría a un loco como amante? Nos resistimos a concederle a Dioniso la “victoria” sobre Ariadna, aunque estuviera implícita en su completa condición de dios y en su demostrada capacidad de entrega.

 

¿cómo contar que el héroe, en este caso Teseo, y sus cualidades

(orientación y resolución, valor y abnegación, belleza e idealismo) no consiguen acompañar a la mujer hasta el final, “danzarla hasta el final del amor” (empleando una metáfora de Leonard Cohen que conecta con la esencia de bailarina de Ariadna)? Pese a la incomprensión y la rabia que nos produce el abandono de Ariadna cometido, como un crimen, por Teseo, queremos seguir salvándolo como amante, y más frente a Dioniso.

 

(Vale, vale, a Ariadna la entregamos a Dioniso, porque la mereció, pero eso no invalida la capacidad amatoria de Teseo… igual fue sólo que a Teseo la excelencia de Ariadna no le resultó suficientemente algo, que no se enamoró de ella y ya está, pero luego encontró el amor en otra mujer o, vete tú a saber, en una diosa. Pues no exactamente. Claro que Teseo volvió a entusiasmarse por otra mujer (no estoy segura de que el enamoramiento, lo que llamamos enamorarse, lo experimentara alguna vez); fue, ni más ni menos, Fedra, la hermana de Ariadna, una mujer ostentosa y ambiciosa que acabó llevándolo (¡a él!, que le gustaban los caminos rectos y ascendentes) al abismo de la pasión, cuando, una vez casados, enloqueció de amor, no por él, sino por su hijo Hipólito. La fascinación del héroe por su imagen y por la que puedan aportarle las mujeres a las que se une lo pierde. Esta segunda parte de la historia amorosa de Teseo corrobora sus dificultades para el amor, hace pensar que su estructura psíquica, de naturaleza heroica, no es la más adecuada para constelar un amor fecundo con una mujer.)

 

Ah!, cuánto se rebela nuestra conciencia heroica a la hora de confiarse al lecho inconsciente y dionisíaco sobre el que descansa. Y más la de los hombres que, naturalmente, por ser masculina, está aún más heroicamente determinada.

 

Pero hubo un tiempo en que Dioniso no fue un marginado. Ni siquiera un dios periférico. Dioniso fue uno de los dioses más importantes de Grecia. Honrado con rituales orgiásticos que celebraban su presencia contundente, sí, pero también creativa, de dios de la naturaleza. A nuestra civilización occidental, a medida que, para construirse, fue arrancándose de la naturaleza, la fuerza irracional de Dioniso, temible, sí, pero originalmente valiosa, vivificante, incluso iniciadora, empezó a parecerle sospechosa de barbarie, desmesurada y sin sentido, y la destronó, relegándola al cuarto más oscuro del inconsciente, coronando pues, como único, al principio racional, apolíneo, del cual es representante, en el nivel humano, el arquetipo del héroe. Así, Dioniso ha dejado de ser peligroso (o no, las fuerzas ensombrecidas, no reconocidas, ésas sí que se barbarizan, como las guerrillas), pero nos hemos quedado sin su metáfora, la de la vida indestructible, la de la plenitud vital, y, desprovistos de su sangre y de su vino, aunque en apariencia ordenados, desesperadamente, clandestina y compulsivamente, abrevamos nuestro ánimo en cualquier simulacro de aguas dionisíacas, en cualquier adicción, por ejemplo. Pero, como digo, y qué nostálgica sueno, hubo un tiempo…  el tiempo de los griegos, en que Dioniso y Apolo, opuestos y complementarios, la forma y su disolución, moraron juntos en el templo de Delfos y se turnaron el protagonismo.

 

A quien, a estas alturas, siga acusando a Dioniso, y siempre es por miedo, de dispensador de excesos grotescos y vacuos, él mismo le responde a través de la cómica pluma de Eubulo, poeta del s. IV, encargándose de matizar sus medidas: “No preparo para la gente sensata más que tres cráteras: una de salud que beben de primer término, la segunda de amor y placer, la tercera, de sueño. Después de haber vaciado esta tercera, los prudentes se van a acostar. La cuarta ya no la conozco, pertenece a la insolencia. La quinta está llena de gritos. La sexta desborda maldades y burlas. La séptima tiene los ojos magullados. La octava es el portero, la novena es la bilis, la décima es la manía. Es ésta la que hace tropezar.”

 

Parece que llego a una conclusión. ¿A la defensa romántica del antihéroe? En cierto modo sí. El mito de Ariadna sabe que, si en la vida existe un asunto poco heroico y muy irracional, ése es el amor. Incluso cuando empieza heroicamente, tendrá que renunciar a serlo a mitad del camino. Para que el amor verdadero cuaje en la vida de Ariadna, es bueno que Teseo se vaya. Porque el amor tiene que ver con la disolución de la forma, y de eso se encargará mejor Dioniso, el disoluto, que Teseo. Entonces, ¿y Teseo, el héroe al que indulgentemente hemos amado las mujeres y con el que tanto han deseado identificarse los hombres? Teseo cumple su función. Es un buen soldado. Planifica y encauza cruzadas, abre camino, resuelve problemas, pelea con determinación y osadía, se hace un lugar en el mundo y lo comparte con la mujer que lo acompaña. También seduce. Es un buen arquetipo para conducir cualquier comienzo, especialmente la primera mitad de la vida de un hombre. Pero forma parte de la naturaleza del soldado distinguirse de la vida civil, va uniformado para no mezclarse, y ya sabemos que esa vida, humilde a sus ojos, son los sentimientos y las emociones, los niños y las mujeres, el amor, al fin y al cabo. Teseo no se quedará ni al lado de la mujer, ni en el amor, ni durante la segunda mitad de la vida; no debería, al menos como único soberano; la mujer madura, el amor que aspira a redensificarse, la vida que apunta a sus posibilidades de plenitud, sabrán dar paso a Dioniso el extático.

 

 

Pistas que ayudan a distinguir                                         al amante dionisíaco del héroe

(aunque la vida los hace aparecer mezclados, como a todo lo demás,

para que el juego tenga más emoción)

 

 

1- El amante posee una masculinidad con cualidades femeninas, como Dioniso, contagiado siempre de la dulzura de las ninfas que lo criaron y de la locura de las ménades que más tarde formaron su séquito, mujeres a las que arrancaba de la cotidianeidad de sus hogares para ponerlas en danza con sus melenas al viento. Como las mujeres lo nombraron su dios, él siempre se supo masculino y el falo

que lo convocaba representó la sexualidad masculina tal y como la aman y experimentan las mujeres.

El héroe, en un intento de ser muy masculino, construye su masculinidad en oposición a lo femenino, que permanece lejos de su comprensión y a lo que puede llegar a tildar, con demasiada facilidad, de loco o histérico. Representa la masculinidad que el hombre imagina que gusta a las mujeres, pendida de la mirada de ellas y con frecuencia memorizada directamente de manuales.

 

2- El amante gusta de la danza, el arte más emocional y desnudo, que convoca cuerpo y música, como Dioniso y sus ménades, mujeres fieles a sí mismas, ardientes de amor y de cólera, sanadoras y asesinas, transfiguradas por el baile desenfrenado y, sin embargo, veladas. Es decir, el amante está a gusto en su cuerpo y se mueve cómodamente por el sinuoso laberinto de las emociones, por la volubilidad y ambivalencia de todo su registro, que hasta comprende la rabia femenina. Sabe que la escalera de caracol que despliegan las emociones es la línea sagrada que une el instinto con el espíritu.

Al héroe no suele ocurrírsele ponerse a bailar, él es más sensato y no le gusta imaginar que podría llegar a parecer ridículo. Es racional, piensa. Vive en su cabeza, llena de ideales sublimes que no se cumplirán por falta de colaboración del cuerpo. Se ha blindado a las emociones invirtiendo en la construcción bien de un cuerpo perfecto y musculoso, bien de una imagen impecable, pero opaca. Le asusta la emocionalidad laberíntica que puede emerger de una mujer que lo convoca diciéndole “tenemos que hablar”. Y es que le fastidian los laberintos, él desea ir recto hacia delante y hacia arriba, hacia fuera, nunca hacia el interior, ya que allí hay riesgo de emociones. Tuvo que utilizar la emoción de Ariadna en forma de hilo para atravesar el de Creta y salió sin entender que el verdadero reto laberíntico lo constituía la propia Ariadna.

 

3-    El héroe es un cazador y la mujer una de sus presas. Se ha especializado en desafiar al destino y en luchar contra la muerte. Una especialidad tan exigente convierte a las mujeres de su vida en personajes secundarios. Él lo que busca sin descanso son retos (emociones fuertes que, en el erial de su disciplina, le recuerden que todavía es capaz de sentir algo), uno justo después del otro, incluso uno antes de despedirse del otro, porque nunca llora un duelo. Le gusta el éxito, se nota en la poca predisposición que tiene a escuchar el dolor ajeno y en que sólo busca relaciones que le salgan rentables. Cuenta lo que toma antes de embolsárselo. Como siempre se está yendo, por eso de que detenerse podría llegar a suponer ser encontrado, no se quedará largo tiempo con una mujer y probablemente le será infiel.

El amante es un cazador cazado que ha vencido la muerte algunas veces, pero que también ha sido derrotado otras tantas. Ha experimentado en carne propia la muerte y ya no la teme, como Dioniso, que fue descuartizado por los titanes y, aun hecho pedazos, en el desfallecimiento de esa inconsciencia, siguió latiéndole el corazón de la vida hasta lograr reconstruirlo. El amante cuenta en su historia duelos y fracasos y ha llorado hasta licuarse, por lo que no le resultará amenazador permanecerle fiel a su amada, aceptando el reto de disolverse en ella, así como el de atravesar los dolores que siempre trae el amor, amando incluso cuando duela. Da sin medir su entrega. Salió a desafiar a la muerte y la encontró; pero no sólo a ella, también, a través de ella, a la vida. Ahora vive en sincronía con esa vida que se renueva a sí misma, que va y viene, encontrando más que buscando, porque se deja encontrar.

 

4-    El héroe se abre camino espada en ristre. La espada le sirve para doblegar la voluntad de la realidad y también para separarla en partes, porque así siempre resulta menos amenazante. De este modo el héroe distingue y concentra a un lado el bien y al otro el mal, abajo lo material y arriba el espíritu, dentro de sí su identidad y afuera lo distinto, a la derecha las vírgenes y a la izquierda las putas. (Luego se empantana con la vida que, como dije, tiene la manía de mezclarlo todo). Se le da bien trazar fronteras porque le gusta saber, él dirá controlar, dónde empiezan las cosas y dónde terminan, conocer su perímetro más que su interior. Tiene, pues, una identidad acotada a la que permanece fiel por encima de todo, su identidad conocida, la brillante, la que gusta, y no quiere oír hablar ni de misterios ni de ese otro que lo habita. Buscará a mujeres cómplices, a aquellas que estén dispuestas a admirarlo sin cuestionar su férrea identidad.

El amante dionisíaco siempre llega de lejos. Es un extranjero. Explora y mezcla. La muerte hirvió tanto su identidad, hasta la máxima vulnerabilidad, hasta hacerle saber, a sangre y fuego, que él es la suma del monstruo y el héroe, ya aplacó de tal modo su orgullo, que se vive a sí mismo como contradicción, manso y violento, digno y rastrero, y estimula la creatividad de la realidad arrojándole sus paradojas. No empuña más armas, si acaso la vid. Buscará a una mujer laberíntica, centrada en su propia pasión más que en cautivar a los hombres, establecerá con ella una relación de iguales que aliente las posibilidades de transformación de ambos, y juntos viajarán, a través del placer trascendente, más allá del bien y del mal.

 

5-    Psicológicamente os aconsejo, hombres que me leéis: trabajad para que en vosotros se fundan Teseo y Dioniso, para trenzar cordura y locura en la trama de una vida sana. Por separado, siempre acaban funcionando a costa de la vida: la prudencia generando una sombra de vida no vivida, la temeridad dilapidando una vida devaluada.

Y mujeres: alternad a Teseo y Dioniso en vuestros amores o a lo largo de los muchos amores que se suceden en un solo amor.

 

 

18. julio 2012 by Marta Sánchez Valenzuela
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One Comment

  1. UN HOMBRE SE VA CUANDO OTRO LLEGA
    ¿Ariadna, después de Naxos, es Fedra?
    Fedra a Hipólito : «Del mismo modo que a los jóvenes novillos les hace daño el yugo la primera vez, y a duras penas soporta el freno el caballo capturado de una manada, así mal y a duras penas acepta el primer amor un corazón inexperto, y esta carga no se acopla bien a mi alma.Tu cosecharás las primicias de mi honra mantenida y nos haremos los dos culpables al mismo tiempo»
    Parece que Fedra (Ariadna) hablase de su primer AMOR, que no sería Teseo